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LA GUERRA GAUCHA

—No sólo me han nombrado capitán, sino que me han casado, explicaba él sonriendo á su lanza. La mujer del capitán, decían los hombres. Y, en efecto, no se le conocía más afición en femenino.

Sus cóleras embellecíanlo con una especie de interna luz. En la dilatación de su pensamiento su frente semejaba la hoja de un sable. La ira le encrespaba el cabello como una brisa eléctrica, vibrando en la dilatación de sus narigales y en la chispa de sus ojos: — ojos de batalla que embravecían con magnetismo sagital su jaspe verde.

Pronto la calma, una paz en la que se refundía cierto vapor de tristeza, amparaba su exaltación como una grande ala. Sus coplas se plañían de amores. Desvivíase por las criaturas y los caballos.

Una ahijadita suya peligraba de sarampión. Inmediato á la choza donde yacía, acampaba un retén enemigo; pero el capitán reflexionó que el estruendo de un combate dañaría á la paciente. Su posición le aseguraba el triunfo y abandonola no obstante, alejó al enemigo á costa de una pantorrilla baleada. Fuera de aquella cicatriz contaba nueve y ni una sola condecoración. Odiaba á los puebleros más que los gauchos mismos. Decíase que cuando operaba sobre el ejército español, en el mismo real enemigo dormía noche por medio, con la querida de un coronel.