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BAILE

muro del fondo, una mesa obstruía la mitad del cuarto, cubierta por un rimero de flores en el que los chillones claveles de lana se confundían con los vástagos de cilantro y de toronjil. Lianas pendían del tirante formando una enramada a un cajoncito verde que ocupaba la mesa, y en el fondo del cual, medio incorporado hasta sobrepasar con su cabeza los bordes, veíase un cadáver de niño.

Desde tres días atrás lo conservaban entre cuatro candiles, amenizando con zapateados su angelización que iba á transformarlo en el numen del hogar, mientras su cara, al manirse, profundizaba un fruncimiento superciliar de muñeco lúgubre bajo el clarín de su gorra. Había muerto emponzoñado por la leche de la madre, que lo amamantó temerosa todavía ante un supuesto ataque de los españoles.

Las muchachas, entornando los ojos, besándoles las pantorrillas sus trenzas, muy graves en la blandicia del paso, se zarandeaban sofaldándose ligeramente, ó con las manos como colgadas de los brazos abiertos, granizaban castañetas:

Si tu corazoncito
Fuera de azúcar
Todo el día estuviera
Chupa que chupa.

Y los mozos escurrían su mirada de oblicua