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10 LA ILUSTRACION IBÉRICA

Deseoso el autor de estudiar las más ligeras variaciones producidas por las emociones en el color y la temperatura, y no pudiendo ser estas apreciadas con bastante exactitud con el termómetro ni la vista, apeló a un medio ingeniosísimo, cual fué tomar por base las variaciones del volumen de la mano que a la fuerza debería aumentar en caso de dilatación vascular y disminuir si los vasos se contraían; de ahí la invención del plethysmografo o medidor de cambios de volumen, consistente en un vaso bien cerrado después de tener introducida la mano y el antebrazo en él y provisto de un tubo largo y estrecho por el cual sube el agua desalojada por el aumento que experimenta la mano cuando llega a ella más sangre, y baja la que ya había en él al introducir la mano en caso de contraerse los vasos. Cuenta Mosso que hallándose con su amigo Luigi Pagliani haciendo experimentos en el laboratorio de Ludwig, de Leipzig, y en ocasión en que Pagliani tenia introducidas las dos manos en sendos plethysmografos provistos de un aparato registrador entró Ludwig y el agua contenida eu los tubos bajó bruscamente. Entonces Ludwig, asombrado, escribió en el punto del trazado gráfico que señalaba aquel cambio producido en la circulación; «Entra el león.»

Posteriormente á tan ingenioso aparato construyó Mosso una balanza para apreciar el continuo desalojamiento que experimenta la sangre, acumulándose ya en una parte, ya en otra. En último análisis, despréndese que la más ligera emoción determina un aflujo de sangre á la cabeza, pero no contento aún con este resultado ha querido el distinguido fisiólogo estudiar en todas sus particulares la marcha do esa sangre que huye de los miembros hacia la cabeza, espiando durante la vigilia y el sueño las más ligeras modificaciones que la actividad del pensamiento, las impresiones externas, los ruidos y los sueños producían en los vasos sanguíneos.

Mosso ha podido comprobar, mediante el examen del pulso, — ó por mejor decir, de todos los pulsos que es dado observar en el hombre, — la diferente forma que presenta el de la mano ó el del pié, según se trata do un individuo en ayunas ó no, y no sólo esto, sino que recordando la pretendida adivinación de los quirománticos, jactase, en vista de dos pulsaciones, de distinguir la del hombre pensador de la del hombre distraído, la del dormido de la del despierto, la del que tiene frío de la del que siente calor, la del agitado de la del calmoso, la del miedoso de la del valiente. Y como un literato amigo suyo le manifestase á Mosso que era mu- cho decir el suyo, invitólo á hacer la prueba; dióle á leer un libro italiano y á seguida un libro griego; el pulso do la mano so modificaba profundamente, según se trataba de leer un cuento de Boccacio ó de traducir de corrido un pasaje de Homero.

«La vida es tanto más activa, dice el autor, cuanto más rápida es la circulación de la sangre y el movimiento de ésta so acelera á causa de la contracción de los vasos sanguíneos.

RECOLECTORES DE ALGAS MARINAS, UN DÍA DE TORMENTA (Cuadro de Lewis-Smith)

Ocurre en nuestro aparato circulatorio lo que en la corriente de un rio, que se hace más rápido allí donde el cauce es más estrecho. Cuando estamos amenazados de un peligro, cuanto experimentamos un susto, — en cuyo caso debe el organismo reconcentrar sus fuerzas,— prodúcese automaticamente una contracción de los vasos sanguíneos y esta contracción activa el movimiento de la sangre hacia los centros nerviosos.»

Por lo mismo que los vasos se contraen en la superficie del cuerpo nos ponemos pálidos algunos segundos después de una emoción viva. Hay quien después de un acceso de miedo ha visto caérsele una sortija que antes no podia quitar del dedo por más esfuerzos que hiciera. El dedo se había achicado realmente en virtud de la contracción experimentada por los vasos del mismo.

De ahí que el refrán: manos frías, corazón caliente, sea una verdad como un templo (vox populi, vox Dei)'las manos se enfrían realmente cuando, por efecto de una emoción viva, la sangre se retira de las extremidades para acudir al corazón. No es esta la única expresión que revela en el pueblo una admirable intuición de las verdades más recónditas.

Alfredo Opisso

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LOS LISTOS

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«Señor, cuentan que decía el gitano cuando elevaba á Dios sus preces, Señor, no os pido que me deis dinero, sino que me pongáis cerca de donde lo haya;» repítese esto y se comenta siempre que se quiere encomiar la destreza de alguno para apropiarse los bienes ajenos; ó si ustedes lo prefieren más claro, para robar que, — sin perdón, — ese es el vocablo adecuado al caso y á la cosa.

Sólo que nuestras aficiones al eufemismo (yo no sé si la Academia acepta ya esta palabra), se han desarrollado de tal suerte, que somos muy contados los que damos á cada objeto su nombre y á cada acción su calificativo. Yo, por ejemplo, he recordado esa conocida frase del gitano, precisamente porque acabo de conocer las travesuras (así las nombran sus amigos), de Manolito, á quien no sé si Vdes. tratarán; pero de quien seguramente, han oído hablar alguna vez.

Manolito, al decir de las gentes, es un chico muy listo; el primero que adivinó lo que el muchacho valía fué un banquero do Zaragoza, tío carnal de Manolito. Dicho tío que idolatraba á su sobrino y á quien encantaran siempre la travesuras del muchacho, dio colocación en el escritorio a Manolito y nadie sabe por qué, pues el banquero zaragozano jamás quiso explicarlo y variaba de conversación siempre que se le hablaba de ello, le despidió de su casa á los pocos meses, no sin entregarle una cantidad suficiente para que so estableciera por su cuenta en Madrid y una carta para los padres, en la cual les decía:

«Ni la vida de Zaragoza conviene á Manolito, ni Manolito me conviene en casa. Es chico muy listo; dejadle ir, irá muy lejos.» — Yo no sé si en eso de ir lejos, quería referirse el tío á nuestros presidios de África ó á otra cosa; porque, — como llevo dicho, — jamás explicó lo que entre él y su sobrino había pasado, y en cuanto á Manolito, ponía formal empeño en que nadie le hablase de su tío, de cuyo nombre, como Cervantes del nombre de cierto lugar de la Mancha, no quería acordarse.

Habla yo oído hablar de Manolito infinidad de veces; veíale frecuentemente en los teatros, en las recepciones aristocráticas, en las grandes solemnidades académicas ó literarias, en el casino y en el Ateneo, en el salón do conferencias del Congreso, y en los despachos de los ministros; todos lo conocían y él conocía á todos; todos lo hablaban con afecto, saludábanle todos con grandes miramientos y él hablaba y saludaba á todos hasta con efusión cariñosa. Sonriente siempre, constantemente amable, Manolito parecía llevar, en vez de cara, una careta, cuya expresión era siempre la misma.