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mejantes el uno acontecido en Rigs, en 1857 y el otro en St. Louis en 1871, y en ellos encontró la idea de la verdadera solución. Aquí tengo una carta suya, que recibí esta mañana, y en la que me habla de la ayuda que le presté.

Y me largé una hoja de papel de cartas extranjero, toda arrugada. Eché una ojeada sobre el papel, y al vuelo cogí una profusión de términos elogiosos, como magnifiques, coup—de maitre, tour—de—force, que atestiguaban la ardiente admiración del detective francés.

—Habla como un discípulo á su maestroobservé.

—Oh! Te Villard da un valor demasiado subido á mi, ayuda contestó en tono ligero Sherlock Holmes :—él, personalmente, posce dones considerables, tiene dos de las tres cuali dades necesarias para ser un detective ideal: el poder de observación y de educación. Lo único que le falta es el conocimiento, que con el tiempo puede llegar á adquirir. Ahora está traduciendo unos pequeños trabajos míos al francés. ¡Ah!

¿No lo sabía usted?—exclamó Holmes riéndose.

—Pues sí, me confieso culpable de algunas monografías, todas sobre asuntos técnicos. Aquí tiene usted, por ejemplo, una sobre la diferencia entre las cenizas de los distintos tabacos, en la cual enumero ciento cuarenta formas de ciga-