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130— mo no conocía á éste sino por referencias y muy poco, no podía sentir una intensa antipatia por sus asesinos. Pero la cuestión del tesoro era otra a riquezas cosa. esas riquezas pertenecían á la señorita Morstan, en todo ó en parte, y mientras hubiera una probabilidad de recuperarlas, yo estaba decidido á dedicar mi vida á ese objeto. Verdad era que si yo encontraba el tesoro, con eso la colocaba lejos de mi alcance; pero el amor que se dejara influir por semejante reflexión sería mezquino y egoísta. Si Holmes se empeñaba en buscar á los criminales, yo tenía razones diez veces más poderosas para dedicarme á descubrir el tesoro.

Un baño que tomé en casa y un completo cambio de ropa me reconfortaron de manera maravillosa. Cuando bajé á nuestro cuarto, encontré el almuerzo servido, y Holmes vertía el café en las tazas.

—Aquí lo tiene usted—me dijo riéndose y enseñándome un periódico desplegado. Entre el enérgico Jones y el ubicuo reporter han arreglado la cosa. Pero lo mejor es que coma usted primero su jamón con huevos, pues ya debe ustcd tener la cabeza llena con esta cuestión.

Tomé el periódico y leí la corta noticia, que tenía por encabezamiento: «Misterioso asunto en Upper Norwood.»