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sábamos como un rayo á pocos pies de su popa.

En el instante viramos y continuamos la persecución, pero ya La Aurora casi tocaba con la tierra. El lugar era agreste y desierto: la luna iluminaba un extenso terreno pantanoso, interrumpido por lagunas de agua estancada y manchas de raquítica vegetación.

La lancha se metió con sorde ruido en el banco de fango, la proa en el aire y la popa á flor de agua. El fugitivo saltó por la borda, peró al caer la pierna de palo se clavó entera en el movedizo suelo. En vano se esforzó en sacarla; por más que hizo, no pudo avanzar en un sentido ni en otro, y entonces se puso á bramar de impotente rabia y á dar patadas en el suelo con el otro pie. Todo eso no servía sino para clavarlo más y más en el banco de fango; y cuando nosotros llegamos á su lado en nuestra lancha, lo encontramos tan fuertemente retenido por el fango, que para izarlo á bordo tuvimos que echarle lazo y tirar de éste con fuerza; parecía la pesca de algún pez maligno Los dos Smith, padre é hijo, estaban sentados en su lancha, tristes y sombríos, pero, apenas se lo ordenamos, pasaron á bordo de la nuestra.

Halamos á La Aurora hasta que estuvo al costado de nuestra embarcación, y entonces vimos en la cubierta un sólido cofre de hierro, de fa-