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bapagaba la luz, y puesto de pie delante de la » ventana, me ponía á verlos jugar y oir su con»versación; soy muy aficionado á los naipes, y »mirándolos me hacía la ilusión de estar jugando »yo mismo. Los jugadores eran el mayor Shelto, Del capitán Morstan, el teniente Bromie y »Brown, es decir, los tres jefes de la guarnición, »y luego el médico, y dos ó tres empleados del »presidio, veteranos de la baraja, que jugaban »con elegancia, con mucha calma y gran pru»dencia. La partida era siempre interesante.

»Pues bien; pronto me chocó una cosa extra»ña: que los paisanos ganaban siempre y los mi»litares nunca dejaban de perder. No quiero deDeir nada malo, pero eso era lo que pasaba. Tos >empleados de la prisión no habían hecho, des»de que se encontraban en las Andaman, otra cosa que jugar á los naipes, y se conocían mu»tuamente el juego punto por punto, mientras »que los oficiales sólo trataban de pasar el tiem»po y cran muy descuidados.

» Noche tras noche se vaciaban los bolsillos de los militares y éstos se empeñaban más en ju»gar mientras más iban perdiendo. Al mayor »Sholte le iba peor que & nudic: y, si al princi»pio pagaba en oro y billetes de banco, pronto »empezó á emitir pagarés y por gruesas sumas.

A veces ganaba un poco, lo suficiente para que