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único conocedor de la suerte cabida á Arthur Morstan.

Sin embargo, nos dábamos cuenta de que algún misterio, algún peligro real se cernía sobre su cabeza. Temía salir solo de casa, y siempre tenía de porteros en Pondicherry Lodge á dos pugilistas. Williams, el mismo que los trajo aquí á ustedes esta noche, era uno de ellos en un tiempo fué el campeón de los pugilistas de peso menor en Inglaterra. Nunca nos dijo nuestro padre qué era lo que le inspiraba esos temores, pero nosotros le habíamos notado una pronunciadísima aversión á los cojos con piernas de madera. Una vez disparó su revólver sobre uno de ellos, que resultó después ser un hombre inofensivo, solicitante de pedidos para una casa de comercio: tuvimos que pagar una crecida suma para que el asunto no se hiciera público. Mi hermano y yo creíamos que no se trataba más que de una manía de nuestro padre; pero después los sucesos se encargaron de hacernos cambiar de opinión.

A principios de 1882 recibió nuestro padre una carta de la India, que le produjo una violenta impresión. Cuando la abrió estábamos almorzando, y casi se desmayó al leerla. Ese mismo día eayó enfermo, y nunca recuperó la salud.

Jamás pudimos descubrir lo que la carta conte-