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cofre del tesoro, colocado sobre dos pedestales.

Bartolomé descendió el cofre ensanchando el agujero, y ahora lo tiene en su poder. Según su cálculo, el valor de las joyas no baja de dos millones y medio de pesos.

Al oir hablar de una suma tan gigantesca, los tres nos miramos con ojos enormemente abiertos. Si nosotros lográbamos ponerla en posesión de sus derechos, la señorita Morstan iba á convertirse, de pobre aya, en una de las más ricas herederas de Inglaterra. Ese era, sin duda, el momento en que un amigo leal debía sentir regocijo; pero á mí—lo confieso con vergüenza—el egoísmo me oprimió el alma y el corazón se mo puso pesado como un plomo. Balbuci algunas vulgares frases de felicitación, y luego me quedé silencioso y cabizbajo, sordo á la charla de nuestro acompañante. No me cabía duda de que el hombrecito estaba hipocondriaco, y en medio de mi semiadormecimiento, oía sus interminables explicaciones sobre los síntomas que se observaba, así como sus ruegos para que le diera mi opinión acerca de la composición y efecto de las innumerables medicinas que usaba, algunas de las cuales llevaba en el bolsillo, en una cajita de cuero. Ojalá no haya recordado nunca una sola de las respuestas que le di, pues Holmes declara haberme oído ponerlo en guardia contra LA SE ÑAL ,