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por el extraño mensaje recibido por la señorita Morstan, que no había querido acostarse hasta la vuelta de ésta. Ella misma nos abrió la puerta. Era una mujer de cierta edad, agraciada todavía, y me causó mucho gusto ver cómo rodeaba con su brazo el talle de mi compañera, y con qué voz de madre cariñosa la saludaba. Se veía que no la consideraba como una empleada, sino como una amiga.

La señorita Morstan me presentó, y la dueña de la casa me rogó con insistencia que entrase á contarle lo ocurrido. Pero yo le expliqué la importancia de la excursión que tenía que hacer, y le prometí volver con noticias de todo lo que averiguásemos sobre el asunto. Al alejarme en el cupé, dirigí hacia atrás una mirada, y todavía me parece ver el pequeño grupo de las dos graciosas formas en lo alto de la escalera exterior, la puerta entreabierta, la luz del vestíbulo que se reflejaba en el espejo, el barómetro y el brillante pasamanos de la escalera.

En medio de la sombría aventura en que nos habíamos lanzado, consolaba la vista de un tranquilo hogar inglés, por rápida que fuera.

Y tanto más pensaba en lo ocurrido, cuanlo más horrible y obscuro me parecía.

El carruaje rodaba por las silenciosas calles, medio alumbradas por los faroles del gas; yo