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XXVI

En cuanto al afecto personal de que hablábamos, y para terminar con ese punto, si bien eg probable que exista, es también seguro que la memoria de la abeja es corta, y si pretendéis reponer en su reino á una madre desterrada durante algunos días, sus enfurecidas hijas la recibirán de tal modo que será necesario apresurarse á ariancarla del encarcelamiento mortal, castigo de las reinas desconocidas. Es que han tenido tiempo de transformar en celdas reales una decena de habitaciones obreras, y el porvenir de la raza no corre ya peligro alguno. Su cariño crece ó disminuye según represente ó no do su cólera, libertando así la prisionera á quien acogen muy á menudo sin malevolencia. El señor S. Simmins, director del gran colmenar de Rottingdean, ha descubierto últimamente otro procedimiento de introducción, sencillísimo, que casi siempre sale bien y que va generalizándose entre los apicultores que se preocupan de su arte. Lo que por lo común hace tan difícil esa introducción, es la actitud de la reina. Se azora, huye, se oculta, se porta como una intrusa, despierta sospechas que el examen de las obreras no tarda en confirmar. Simmins la aisla en un principio, por completo, y la hace ayunar durante media hora antes de introducirla. Levanta en seguida un rincón de la cubierta interna de la colmena huérfana, y deposita la reina extraña en lo alto de uno de los panales. Desesperada por su aislamiento anterior, la reina se siente