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comprender este tan sublime misterio; y ni aun hubiéramos pensado jamás en él, á no haberse Dios dignado revelárnosle. Pero por mas inútil que sea el hacer esfuerzos para penetrar el abismo de tan augusto arcano, no deja por eso de poderse demostrar por las mismas señales que Dios ha dado, que es una verdad la venida de Jesucristo, verda- dero Dios y verdadero hombre.

En primer lugar nadie puede negar que existió en la Palestina, habrà cosa de diez y ocho siglos, un hombre llamado Jesus, que predicaba, que arrastraba tras sí gran golpe de jente, y que al fin murió en un patíbulo. La existencia de este hombre nos consta tan de cierto como la de muchos otros personajes célebres de la antigüedad, filósofos, oradores, poetas, políticos, guerreros, ó de otra clase cualquiera. Es bien claro que no sabemos que hayan existido Homero, Alejandro, Ciceron, César, &c., &c., sino porque de la existencia de esos hombres hablaron sus contemporáneos, siguieron haciendo lo