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EDIPO EN COLONO

sin pensar en otra cosa. ¡Oh hijas!, seguid por aquí; pues yo voy a ser ahora nuevo guía de vosotras, como vosotras lo habéis sido del padre; avanzad y no me toquéis, sino dejad que yo mismo encuentre la sagrada tumba donde, por mi destino, he de ser sepultado en esta tierra. Por aquí, así; por aquí, venid; por aquí, pues me guían el conductor Mercurio y la diosa infernal. ¡Oh luz que no me alumbras!, antes si que me iluminabas; pero ahora, por última vez vas a iluminar mi cuerpo: que ya voy llegando a lo último de mi vida para ocultarme en el infierno. Pero ¡oh tú el más querido de los extranjeros, y el pais éste y los súbditos tuyos!, felices seáis; y en la felicidad acordaos de mí que muero, siendo afortunados siempre.

Coro.—Si me es permitido rogar con mis súplicas a la invisible diosa, y a tí, ¡oh rey de las tinieblas, Aidoneo, Aidoneo!, te suplico que sin fatigosa ni muy dolorosa muerte conduzcas al extranjero a la infernal llanura de los muertos que todo lo oculta, y a la estigia morada. Pues a cambio de los muchos sufrimientos que has pasado, ya el dios justiciero te[1] ayuda. ¡Oh infernales diosas e invencible fiera que, echada en esas puertas por las que todos pasan, gañes desde los antros, siendo indomable guardián del infierno, según te atribuye la perenne fama! A tí, ¡oh hija de la Tierra y del Tártaro!, te suplico que dejes pasar libremente al extranjero que avanza hacia las subterráneas llanuras de los muertos; a tí, en efecto, invoco, que duermes el sueño eterno.

El Mensajero.—Ciudadanos, brevísimamente puedo deciros que Edipo ha muerto; pero lo que ha ocurri-


  1. A Edipo.