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TIBERIO Y CAYO, GRACOS.

siete libras y dos tercios; habiendo sido hasta en esto Septimuleyo hombre abominable y malvado, porque habiéndole sacado el cerebro, rellenó el hueco de plomo. Los que presentaron la cabeza de Fulvio, que eran de una clase oscura, no percibieron nada. Los cuerpos de éstos y de todos los demas muertos en aquella refriega, que llegaron á tres mil, fueron echados al rio, y se vendieron sus haciendas para el erario. Prohibieron á las mujeres que biciesen duelos; y á Licinia, la de Cayo, hasta la privaron de su dote; pero áun fué más duro y cruel lo que hicieron con el hijo menor de Fulvio, que no movió sus manos ni se balló entre los que combatieron, sino que habiendo ve nido antes de la pelea sobre la fe de la tregua, y echádole mano, despues le quitaron la vida. Sin embargo, áun más que esto y que todo, ofendió á la muchedumbre el templo que en seguida erigió Opimio á la Concordia: porque pareció que se vanagloriaba y ensoberbecia, y áun en cierta manera triunfaba por tantas muertes de ciudadanos: así es que por la noche escribieron algunos debajo de la inscripcion del templo estos versos:

La obra del furor desenfrenado Es la que labra á la Concordia templo.

Este fué el primero que uso en el consulado de la autoridad de dictador, y que condenó sin precedente juicio, con tres mil ciudadanos más, á Cayo Graco y Fulvio Flaco; de los cuales éste era varon consular, y había obtenido el bonor del triunfo; y aquél se aventajaba en virtud y en gloria á todos los de su edad. Opimio además no se abstuvo de latrocinios, sino que enviado de embajador á Yugurta, rey de los Númidas, se dejó sobornar con dinero, y condenado por el ignominioso delito de corrupcion, envejeció en la infamia, aborrecido y despreciado del pueblo, que por sus hechos cayó por lo pronto en el abatimiento