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cubriéndola de espuma, y que logra, sin embargo, refugiarse finalmente en el puerto.

Las imágenes de aquella tormenta atravesaban ahora rápidamente su espíritu, en contraposición al plácido porvenir que desde este momento le esperaba. Sólo le había contado a míster Folcombridge una parte de sus andanzas y aventuras, sin ni siquiera aludir a otras muchas innumerables.

Su trágico destino así lo había querido: cada vez que había plantado su tienda en un sitio cualquiera y encendido su hogar, una ráfaga do viento había derribado los palos de la tienda, apagado la lumbre y echádole a él de nuevo a la ruina.

Al contemplar ahora, desde lo alto del faro, las olas iluminadas, recordaba perfectamente todas sus pesadumbres y sus sufrimientos. Arrojado de las cuatro partes del mundo por la adversa fortuna, todas las profesiones había probado en su destierro, y aun a veces, siendo como era honrado y laborioso, había logrado reunir algunos ahorros; pero, a pesar de sus cuidados y desvelos, y cuando menos lo esperaba, todo lo había vuelto a perder.

Fué excavador de oro en Australia, buscador de diamantes en Africa, cazador a sueldo del Estado en la India Oriental; tuvo en cierta época instalada en California una factoría, que pertinaces sequías arruinaron por completo; había emprendido tráfico de mercancías con las tribus salvajes del Brasil, y una vez, habiéndosele descoyuntado la almadía en el río de las Amazonas, tuvo que errar, sin armas y casi desnudo, por los bosques durante