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sión, indicio de un alma sensible; pero ni conmueve ni encanta como no sea a hombres de aquel gusto rudo antes mencionado, gusto que a veces se afina algo, y entonces, a su manera, también elige. Lástima que tales hermosas criaturas caigan fácilmente en el defecto del engreimiento por saber demasiado la bella figura que les muestra el espejo, y por falta de sensibilidad delicada; entonces todos se muestran fríos con ellas, excepto el adulador, que persigue sus propósitos y procura ir tejiendo sus intrigas.

Estas consideraciones pueden permitirnos comprender en cierto modo el efecto que una mujer produce en el gusto de los hombres. Paso por alto, pues no corresponde al dominio del gusto delicado, aquello que en esta impresión se refiere demasiado de cerca al instinto sexual, o que pueda hallarse en concordancia con la particular ilusión voluptuosa de que la sensación en cada cual se reviste. Acaso sea exacto lo supuesto por el señor de Buffon, según el cual, la figura que impresiona por vez primera, cuando este instinto es aún nuevo y comienza a desarrollarse, sigue siendo el modelo con el que más o menos deben concordar en lo futuro todas las figuras femeninas para excitar el deseo imaginativo, por cuyos dictados una inclinación bastante grosera se ve obligada a elegir entre los diferentes individuos del sexo contrario. Por lo que se refiere al otro gusto más delicado, me parece que el género de belleza denominado por nosotros figura bonita, es