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—Huac, huac, ¡un muchacho pescador! — grita- ron huyendo los patitos.
En efecto, un chiquillo sonriente llegó al es- tanque, se recogió los pantalones y tomó asiento en la punta del puente. Sacó una lombriz de un tarrito, la pinchó en el anzuelo, arrojó éste al agua y esperó.
— ¿Cómo haríamos para que se fuera? —decían los patos. Nadador creyó haber encontrado el medio.
— Esperen un poco — dijo; y, dando la vuelta al estanque, subió al puente, se acercó al tarro y de varios picotazos rápidos se comió las lombrices.
Hecho esto volvió a bajar y se puso a nadar como si tal cosa. Los patos no comprendían su propó- sito; pero no tardaron en admirar a Nadador.
Habiendo notado un tironcito en el hilo, el mu- chacho sacólo con presteza; pero vió que no venía el pez y que la lombriz no estaba ya en el anzuelo. Algo impaciente echó mano al tarro para poner otra lombriz, y ¡cuál no sería su sorpresa al ver que no quedaba ninguna! Malhumorado, recogió sus aparejos y se volvió al pueblo, sin poder explicarse cómo había sucedido aquello; entretanto los patos quedaron otra vez dueños del sitio.
Dicen que desde entonces Nadador es aún más respetado por los patos del estanque.