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vengan millares de europeos, unos para poblar los desiertos y transformarlos en ciudades y pueblitos llenos de vida y seguridad, otros para labrar la tierra o establecer industrias que utilicen nuestros productos naturales.

Muchos hombres como el papá de Luisa hacen falta todavía y ojalá vengan cada vez em mayor número, seguros de que los recibiremos cca los brazos abiertos.

Reconociendo esa necesidad, que se ha hecho sentir desde que nació la Argentina, nuestra Constitución acuer- da el 'mayor número de seguridades y ventajas a todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argen- tino. Así, pues, los extranjeros gozan, a la par de los ar- gentinos, del derecho de ser propietarios, de trabajar, de comerciar, de entrar y salir del territorio, de tener escue- las y profesar la religión que quieran y hasta de participar en el gobierno municipal.

¿Comprendes ahora, por qué me han sorprendido las ideas de tu amiguita ?

— Sí, tío Carlos; te aseguro que Luisa va a quedar con- vencida con lo que le diré mañana.

— Dile, querida sobrina (y con ello le dirás una gran verdad), que todo argentino que ama sinceramente a su pa- tria, agradece a los extranjeros que vengan a trabajar por su progreso; y dile también que nuestro corazón estará siempre abierto, como lo está nuestra tierra, para todos los hombres del mundo, honrados y laboriosos, que quieran venir a habitar el suelo argentino.