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ñoles no los trataran bien, sea porque los indios compren- dieran que aquéllos iban a apoderarse de sus tierras, cosa que no les convenía, el hecho es que empezaron a atacarlos.

A menudo caían tribus enteras sobre las poblaciones españolas, mataban a los hombres, incendiaban las casas y se llevaban a las mujeres y niños, a quienes guardaban como esclavos en sus tolderías.

Esos pobres esclavos blan- cos o cautivos, como se les lla- maba, lograban escapar algu- nas veces, pero muchos mo- rían en tal intento a manos de los indígenas, o de fatiga y hambre, pues debían recorrer a pie grandes distancias.

Por lo dicho, ya pueden imaginar ustedes cuán gran- de sería el temor de los pri- meros pobladores españoles de nuestra tierra, que vivían temblando ante la posibili- dad de ser víctimas de un La flecha es arma terrible en malón (llamábase así al ata- mano de los indios, que llevado por los indios a un pueblo o a una casa).

Como los indios eran habilísimos ginetes, llegaban de improviso, antes de que la gente tuviera tiempo de huir, y cuando no conseguían matarla, los asaltantes se contenta- ban con llevarse cuanto encontraban en la casa y prender

fuego a ésta.