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ballos y algunos soldados heridos, mandó Cabrera retirarse junto á las pocas carretas que quedaban, para curar los heridos y dar de comer á los caballos.

Estando así atrincherados, volvieron á cargar los indios en tanto número y con tanta osadía, que no hubo más remedio que salir á pelearlos otra vez. Como eran pocos los arcabuces, Cabrera imaginó hacer de un cuero de vaca una como trinchera y llevarle por delante para defensa de cada arcabucero. Al mismo tiempo hizo poner á algunos caballos los "guardamontes" tucumanos, ó sea unos faldones de cuero crudo puesto al pecho del animal para resguardar las piernas del jinete de la maleza del monte.

Salió, pues, la reducida manga de arcabuceros y el pequeño escuadrón, que por todos serían siete de á pie y ocho de á caballo, á contener la avalancha del enemigo, y acercándose, disparaban los arcabuces por las troneras del cuero de vaca. Hacía cada tiro grande estrago por ser grande el montón del enemigo. Los bárbaros, viendo tantos de los suyos heridos y muertos de las balas, empezaron á cejar, á cuyo tiempo los ocho jinetes de guardamonte y lanza dieron con gran furia, poniéndolos en huida.