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como se llaman los de la ciudad de Castro, antigua capital de Chiloé—la región de Nahuelhuapí seguía siendo el campo de los Césares.

A instancias del omnipotente virrey del Perú, don Manuel Amat, el archipiélago chiloense fué puesto bajo la dependencia directa del Virreinato, segregándolo, por consiguiente, del gobierno de Chile. Parece ser que el temor á los ingleses que pudieran venir por el Estrecho, fué la causa determinante de este cambio de jurisdicción, y que D. Manuel José Orejuela, de quien se habló anteriormente, fué el inspirador del proyecto, después de su reconocimiento de la bahía de Ancud en 1759. Este último detalle explica cómo el insigne cosmógrafo peruano se aficionó tanto á la leyenda chiloense de los Césares hasta el punto de convertirse en él, en lo que gráficamente se llama "una chifladura".

Ya era muy anciano cuando le vió en Valparaíso otro marino célebre, D. Alejandro Malespina, llegado á las costas de la América meridional el año 1790, en Viaje de exploración con las corbetas Descubierta y Atrevida. Orejuela traía revuelto Chile con su pretensión de descubrir la "Ciudad encantada", no menos que con las informaciones que promoviera sobre una expedición á los Cesares de la Cordillera; un viaje de cierto padre Talevoire, mer-