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breros con galón y diez sin él, una espada y un bastón.

El fraile capitán llegó sin novedad á Nahuelhuapí, navegó el lago y acampó en el lugar donde estuvo la antigua misión jesuita, unos setenta años antes. Se veía claramente el lugar de la capilla, en donde se hallaron dos mecheros de latón amarillo y una plancha del mismo metal, con algunos círculos al compás. Cavó la gente y se encontró una bóveda de madera donde había seis calaveras. La casa de los padres, consumida del todo por las llamas, conservaba todavía el entarimado del piso; unos paredones señalaban la calle que rodeaba la plaza y un sendero el camino que llevaba al lago. De toda la obra de Mascardi sólo quedaba un manzano plantado por el misionero. La soledad más completa reinaba en este campo de ruinas, sin que se viera rastro de indios.

Para encontrarlos, Menéndez remontó el Limay y á las pocas jornadas dió con la primera toldería puelche. Los indios se mostraron recelosos á la vista de aquella partida armada; pero el buen tacto de Menéndez se ganó la voluntad de Mancuhumay, nieto del bárbaro cacique asesino del padre Elguea y destructor de Nahuelhuapí. Preguntando por los aucahuincas (los Césares), nuestro viajero tuvo va-