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un cojinete, si hay mala distribución de vapor en un cilindro, y todo lo componen sin interrumpir el movimiento; pero entre nosotros, científicamente hablando, la Constitución es cual una matraca que rechina en todas sus junturas.

Para concluir y en atención a que estas reflexiones han sido escritas con motivo de la celebración centenaria de la incorporación transitoria a sus hermanas, de la antigua Provincia Oriental, voy a dar algunos antecedentes personales que demuestran el origen común de la glorificación de los caudillos, intentada y realizada, respectivamente en Santa Fe y Montevideo.

Alrededor del año 1873, entre los muchos estudiantes uruguayos (en gran parte seminaristas) que pasaron por el internado de los jesuitas en Santa Fe, donde cursé mis estudios preparatorios, se contaba Juan Zorrilla, quién se distinguía por la exaltación de un sentimiento religioso rayano del fanatismo, por su facilidad para componer versos sonoros y por su felíz disposición para la declamación fogosa. Muy poco le traté personalmente, pues estábamos en Divisiones separadas; pero recuerdo con nitidez su figura pequeña, pecho fuerte y cabellos hirsutos, la noche que en la Academia Literaria, remataba una composición cuyo tema he olvidado, con el siguiente apóstrofe:

Imperio, buscais esclavos?
Acordáos de Ituzaingó!

No sé bien por qué, creo que el estro patriótico de estos ensayos juveniles, se trasmitió de Zorrilla a Ramón Lassaga, alumno del mismo colegio y mi compañero de banco, quien, en contrapunto con las glorias orientales, templó su lira para cantar las del caudillo santafecino. Zorrilla, concluidos los preparatorios, se marchó para Chile con el fin de cursar estudios superiores, regresando a su país hacia 1880, donde se puso al frente de un periódico ultracatólico «El Bien Público».