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citud, cuando Gertrudis estaba arrepentida de haberla escrito; luégo se arrepentia de haberse arrepentido, pasando de esta manera los dias y los meses en una contínua alternativa de propósitos y de arrepentimientos. Tuvo oculto por largo tiempo á sus compañeras el hecho de la peticion, ya por temor de exponer á contradicciones una buena resolucion, ya por la vergüenza de haber hecho un desatino; pero, por último, venció el deseo de desahogar el ánimo, y buscar valor y consejo. Habia tambien otra ley que mandaba que ninguna jóven fuese admitida al exámen de su vocacion sino despues de haber permanecido á lo ménos un mes fuera del convento en donde habia sido educada.

Estaba para concluirse el año despues de la remision de la súplica, y ya sabía Gertrudis que dentro de poco la sacarian para su casa, en donde permaneceria un mes, y que entretanto se harian los preparativos necesarios para concluir la obra que ella realmente habia empezado. El Principe y el resto de la familia contaban el negocio como si se hubiese verificado; pero no era esa la cuenta de chacha, la cual, léjos de querer dar los demas pasos, pensaba en anular el primero. En semejante conflicto, resolvió abrir su pecho á una de sus compañeras, la más franca y la más dispuesta siempre á dar consejos vigorosos, y ésta la animó á que con una carta informase á su padre como habia niudado de epinion, ya que no tenia bastante entereza para plantarle en su cara un solemne no quiero; y pues que los pareceres graluitos son en este mundo más raros de lo que algunos suponen, la consejera hizo pagar el suyo á Gertrudis mofándose de ella por su cobardía. Entre tres 6 cuatro educandas de satisfaccion se fraguó la carta, se escribió á escondidas y se empleó una estratagema para remitirla. Con grande ánsia estaba Gertrudis aguardando la contestacion, que nunca llegó, y sólo á los pocos dias, llamándola aparte la Abadesa, la hizo várias observaciones con tono de disgusto y de compasion, insinuándola con reticencias y enigmas que el Principe su padre estaba sumamente irritado por cierta insolencia suya; pero al mismo tiempo se le daba á entender que comporiándose bien, olvido. Oyó la jóven á la Abadesa sin atreverse á hacer más preguntas.

Llegó finalmente el dia tan temido y deseado. Aunque no ignoraba Gertrudis que iba á sostener una lucha, sin embargo, el salir del convento, el dejar aquellas paredes en que habia estado ocho años encerrada, el correr en comuabia esperanzas de que todo se echaria en