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LOS PESCADORES DE TRÉPANG

que el babirussa huyó hacia el Sur. Caminando, pues, hacia el Norte, nos cruzaremos, más o menos lejos, con el Capitán.

—¿Y si está buscándonos y se ha dirigido al Oeste?

—En tal caso trataremos de llegar a la orilla del Durga. Sabemos que se dirige allí, y tendremos que encontrarle.

—No perdamos tiempo, y a ver si nos reunimos con nuestros compañeros antes de que se haga de noche.

Se pusieron en camino tratando de orientarse por el sol, que declinaba rápidamente; pero les era casi imposible verlo a causa de la espesura.

Las selvas de la Papuasia son intrincadísimas. Abundan en árboles gigantescos, cuyas copas se elevan hasta doscientos pies y más sobre el suelo, ligados entre sí por espesas y revueltas lianas, y debajo de ellos hay una espesísima vegetación de árboles de mediano y pequeño tamaño, que detienen absolutamente los rayos del sol y que dejan sumida en la oscuridad toda la parte baja del bosque cercana a la tierra. Aun a mediodía se ve poco en lo interior de esas selvas; de noche, absolutamente nada, haciéndose imposible dar un paso por ellas, a pesar de faltar por completo la vegetación herbácea por falta de luz y de aire.

Van-Horn y Cornelio caminaban, pues, casi a la ventura. De vez en cuando disparaban tiros y se detenían a esperar la respuesta, pero en vano.

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