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MÉXICO.

mientras oía que el Sr. —— y Sr. ——, del cuerpo diplomático, estaban plenamente autorizados por el Supremo Gobierno para viajar donde quisieran sin obstáculos o molestias de ninguno de los buenos ciudadanos de la República Mexicana. Cuando el Secretario concluyó el documento, y el Alcalde lo miró—al revés—y examinaron la firma de Vieyra y Bocanegra y expresaron estar perfectamente satisfechos de su autenticidad, se retiraron a un rincón para consultar.

"Los Señores", dijo el Alcalde, volteando hacía mí, "desean ver la caverna, y tienen permiso de los Alcaldes y jefes en México para ir a donde deseen;—esto es cierto; ¡pero esa libertad no hace a la cueva de Cacahuamilpa, que está bajo tierra, mientras que pasaporte se refiere sólo a lo que es superior! Los Señores deben tener una licencia del prefecto aquí y, además, deben pagar por ella.

Yo le dije que el cuerpo diplomático nunca paga para dichos permisos. Encogió los hombros y dijo que podría ser y sin duda era muy cierto en la ciudad de México, pero que no era costumbre aquí; los diplomáticos deben pagar como otras personas y "pagar" por una licencia.

Pensé Stephens y su "gran sello"; y enseñe mi pasaporte del departamento de Estado con el escudo de armas de los Estados Unidos y la firma del Sr. Webster; pero fue todo hebreo el escribano; el águila no era el águila mexicana y de "Webstair", nunca había oído de él. Movió su pulgar de derecha a izquierda, como si intimando que toda era una patraña, y que tal hombre nunca fue conocido en México. ¡Eran experimentados en materia de tarifas, y no había extranjeros visitando todos los días del año!

Mientras esto ocurría, por supuesto, los ejercicios de la escuela fueron suspendidos, y los alumnos, con los ojos mirando y enorme boca, escucharon el debate. Finalmente, como el tiempo pasaba rápidamente, le preguntamos al Alcalde cuánto quería y le dijimos que no le daríamos ninguna suma extravagante. Él dijo, creo, diez dólares como su precio, pero acordamos cinco, dos de los cuales eran para el prefecto, dos para él y otro para el Secretario. Como yo estaba ansioso por conseguir el autógrafo de tan distinguido funcionario, le pedí una licencia escrita; pero él respondió que no era necesario. "Usted puede ir ahora," dijo; "nadie le va molestar;" y volteando a nuestro guía: "los Señores son muy caballeros; " "cuidalos y a tu riesgo, ve que vuelvan con seguridad".

El Secretario hizo una reverencia—el Alcalde otra—nuestro guía abrió el camino, y nos reunimos con nuestro grupo en la cabaña de India, donde tenían a media docena de mujeres haciendo tortillas lo más rápido, que ellas podían para nuestro desayuno en la cueva.

No perdimos tiempo, montamos, y fuimos sobre una colina o dos hasta que llegamos a un pequeño sendero que conduce a través de un campo de maíz, al pie del cual corría un riachuelo claro y estrecho. Allí desmontamos y cruzando la colina, la boca de la caverna fue señalada en el lado opuesto de la