Mi amigo don Ruperto Vomipurga es, entre los médicos de mi tierra, todo lo que se entiende por un sabio en bacteriologia. Conoce íntimamente á todos los bacilos, sabe al dedillo sus mafias y picardías, y los trata tú por tú, con menos respeto que al arzobispo, por aquello de
A Dios se le habla de tú,
de tú á la Virgen María,
y al obispo se le dice
su señoría ilustrísima.
Ayer nos encontramos en la Casa de Correos, frente á una de las niñas estafeteras, chica que, al mirarla, se le hace á un cristiano la boca agua y los ojos despiden chiribitas.
—¡Bonita muchacha!—me dijo don Ruperto.
—Ya lo veo, doctor—le contesté—Es un lindo, microbio como para que lo estudie y clasifique usted, que hasta en el suspiro los persigue.
—¿Y por qué me la endilga y no la aprovecha usted para sus disquisiciones tradicionales? Yo, mi amigo, soy como el usurero aquel á quien fué un pobre diablo, á empeñarle un bonito cuadro—¿Es de usted? le preguntó el agiotista.—No, señor, es de Rubens, contestó el necesitado.—¡Ah, brihón! Lárguese ahorita mismo antes que lo mande á la comisaría. ¿Confiesa usted que no es suyo el cuadro, y tiene la desvergüen-