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56 EL PADRINO

zás porque se conducía con una circunspec- ción que rayaba en reserva.

Frecuentaba muy poco la casa de su tío, aunque era padrino de la niñita, como había sido convenido por broma antes del casa- miento. Bien hubiera querido el joven exi- mirse de tal compromiso pero don Pedro in- sistió en que cumplira su palabra y no tuvo otro remedio que aceptar. En aquel enton- ces aun no le había dado á Real por celar ridículamente á su joven esposa y como que- ría á Eduardo como á su hijo, no vió incon- veniente en que fuera padrino de la niña.

Al ver á su ahijada experimentaba Eduardo una emoción extraña é injusta. Parecíale que la odiaba con toda su alma. En vano se re- petía que aquel sentimiento era poco noble, que la inocente criatura no era culpable de lo que él sufría; no lograba vencer la adver- sión que le inspiraba. No teniendo valor para culpar á Margarita, á quien seguía queriendo como un loco, no pudiendo aborrecer á su tío á quien era deudor de tantos beneficios; descargaba su encono contra la que menos lo merecía, sólo porque le recordaba siempre que Margarita pertenecía á otro.

Por una singular aberración, Cecilia quería mucho á su padrino, quizás porque su madre la enseñaba á quererlo ó porque la infancia suele ser muy caprichosa en sus afectos. Lo