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Aprovechaba las horas que le dejaba libres el trabajo, para ensillar su mejor caballo y lanzarse á los sitios en que vivía la que era dueña de todo su corazón.

La noche le sorprendía en medio del campo, haciendo resonar sobre la dura tierra de los caminos el casco herrado de su caballo, interrumpiendo con sus rumores el silencio de aquellas soledades.

Corria, en las inmediaciones, un arroyo tranquilo, de aguas trasparentes que dejaban ver las piedras de su cauce, reflejando como en un espejo los arbustos de las riberas.

A orillas de aquel arroyo, solía hacer Leonor sus paseos predilectos.

Recorría las márgenes, recogiendo piedras hermosas y arrojándolas al agua.

Distraida estaba, en una mañana de verano, visitando aquel delicioso paraje, cuando encontrando en él una muchacha del campo que lavaba su ropa en el arroyo, detúvose á conversar cariñosamente con ella.

Algunos minutos habían pasado, cuando Leonor, oyendo un ruido de hojas y de ramitas quebradas, volvió el rostro al sitio de que partía,—un enmarañado boscaje,—y un estremecimiento de espanto sacudió sus miembros.