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Feb. 1827.
WILLIWAWS.

el paisaje en gran medida, sobre todo en la temporada de invierno: la costa norte es también muy boscosa por cerca de dos tercios hacia arriba; pero la cumbre es estéril y el contorno muy dentado, como es habitual en las formaciones de pizarra.

En la costa norte nos dimos cuenta de algunos de los efectos extraordinarios de los vientos arremolinados que tan frecuentemente se producen en Tierra del Fuego. Las tripulaciones de los barcos loberos los llaman “williwaws” o “chubascos-huracanados” y son los más violentos. Los temporales del suroeste, que soplán sobre la costa con furia extrema, son reprimidos e impedidos de pasar sobre las tierras altas; cuando, aumentando su potencia, se precipitan violentamente sobre los bordes de los precipicios, se expanden, por asi decirlo, y descendiendo perpendicularmente, destruyen toda cosa movible. La superficie del agua, cuando es golpeada por estas ráfagas, es agitada, hasta quedar cubierta de espuma, la cual es elevada por estos, y vuela delante con furia hasta dispersarse en forma de vapor. Las naves fondeadas al amparo de tierras altas son a veces repentinamente escoradadas peligrosamente, y al momento siguiente recobran su equilibrio, como si nada hubiese ocurrido. Nuevamente un chubasco las golpea, quizás por la otra banda, y se escoran ante la furia: el cable es tensionado, y somete al buque a una sacudida, que hace que se deslice sobre el agua, hasta que nuevamente es detenido por el cable, o llevado hacia atrás por otra ráfaga de viento.

En todos estos fondeaderos, bajo las tierras altas, hay algunas partes más expuestas que otras, por eso debe buscarse aquellos lugares que son menos afectados por estos chubascos, más seguros, o más bien más tranquilos, y ese punto debe ser seleccionado. No creo que las naves así fondeadas estén en peligro si sus amarras a tierra son buenas; pero todo lo que ofrezca tenaz resistencia deberá sufrir la furia de estas ráfagas. En muchas partes de esta tierra, los árboles son arrancados de raíz, o son hechos pedazos por el viento; y en el canal Gabriel los williwaws que entran por sobre la cadena montañosa, que forma la parte sur del canal, descienden, y golpeando contra la base de la orilla opuesta, corren hasta el acantilado, llevándose todo por delante de ellos. No sé de nada que pueda compararse mejor que la huella pelada dejada por uno de estos chubascos con un camino ancho malo. Después