bía pasado anoche; que el Jerez se le había subido á la cabeza y que consideraba que el padre Dáma- E0 estaba en igual situación. «¿Y la promesa?-le pregunté en broma.-«Padre cura-me contestó,- yo sé cumplir mi palabra cuando no sufre menoscabo mi dignidad; no soy ni he sido nunca delator.> Después de hablar de otras cosas, fray Sibyla se despidió del enfermo.
El teniente no había ido á Malacañán[1], pero el general se había enterado de todo.
—Mujer y frailes no hacen agravio!-dijo el general sonriendo.-Pienso vivir iranquilo el tiempo que permanezca en el país y no quiero cuestiones con hombres que usan faldas.
Pero cuando su excelencia se encontró solo murmuró: -Ah! jsi este pueblo no fuera tan estúpido, ya metería yo en cintura á esos pillos!
IX
El pueblo
Casi á orillas de un lago está el pueblo de San Diego, en medio de campiñas y arrozales. Exporta azúcar, erroz, café y frutas ó las vende á cual-
- ↑ Palacio del capitán general, en Manila.