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ella y con su mujer en su recámara, adonde la gitana, hincándose de rodillas ante los dos, les dijo:

—Si las buenas nuevas que os quiero dar, señores, no merecieren alcanzar en albricias el perdón de un gran pecado mío, aquí estoy para recebir el castigo que quisiéredes darme; pero antes que le confiese quiero que me digáis, señores, primero, si conocéis estas joyas.

Y descubriendo un cofrecico donde venían las de Preciosa, se le puso en las manos al Corregidor, y en abriéndole, vió aquellos dijes pueriles; pero no cayó en lo que podían significar. Mirólos también la Corregidora, pero tampoco dió en la cuenta; sólo dijo:

—Estos son adornos de alguna pequeña criatura.

—Así es la verdad—dijo la gitana—; y de qué criatura sean lo dice ese escrito que está en ese papel doblado.

Abrióle con priesa el Corregidor, y leyó que decía: "Llamábase la niña doña Constanza de Azevedo y de Meneses; su madre, doña Guiomar de Meneses, y su padre, don Fernando de Azevedo, caballero del hábito de Calatrava. Desparecila día de la Ascensión del Señor, a las ocho de la mañana, del afio de mil y quinientos y noventa y cinco. Trafa la niña puestos estos brincos que en este cofre están guardados." Apenas hubo oido la Corregidora las razones del papel, cuando reconoció los brincos, se los puso a la Dicintby