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Desde mi celda.

En cuanto á mí, puedo asegurar á usted que en aquel templo, abandonado y desnudo, rodeado de tumbas silenciosas, donde descansan ilustres proceres, sin descubrir, al pie del ara que la sostiene, más que las mudas é inmóviles figuras de los abades muertos, esculpidas groseramente sobre las losas sepulcrales del pavimento de la capilla, la milagrosa imagen, cuya historia conocía de antemano, me infundió más hondo respeto, me pareció más hermosa, más rodeada de una atmósfera de solemnidad y grandeza indefinibles que otras muchas que había visto antes en retablos churriguerescos, muy cargadas de joyas ridiculas, muy alumbradas de luces en forma de pirámides y de estrellas, muy engalanadas con profusión de flores de papel y de trapo.

A usted, y á todo el que sienta en su alma la verdadera poesía de la Religión, creo que le sucedería lo mismo.



FIN DEL TOMO SEGUNDO