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La soledad.

con voz muy ronca: «aquí está».
Y me respondió «aquí está»,
y entonces me entró un temblor
al ver que la voz salía
de mi mismo corazón.

 
Tenía los labios rojos,
tan rojos como la grana...
labios ¡ay! que fueron hechos
para que alguien los besara.
Yo un día quise... la niña
al pie de un ciprés descansa:
un beso eterno la muerte
puso en sus labios de grana.

 
Allá arriba el sol brillante,
las estrellas allá arriba:
aquí abajo los reflejos
de lo que tan lejos brilla.
Allá lo que nunca acaba,
aquí lo que al fin termina:
¡Y el hombre atado aquí abajo
mirando siempre hacia arriba!