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La Pereza.

modo el placer de la quietud y la inmovilidad perpetua, la suprema pereza tal y tan acabada como la soñamos los perezosos, que resolví escribirle una oda y cantar sus placeres, desconocidos por la inquieta multitud.

Ya estaba decidido; pero al ir á moverme para hacerlo, pensé, y pensé muy bien, que el mejor himno á la pereza es el que no se ha escrito ni se escribirá nunca. El hombre capaz de intentarlo se pondría en contradicción con sus ideas. Y no lo escribí. En este instante me acuerdo de lo que pensé ese día: pensaba extenderme en elogio de la pereza, á fin de hacer prosélitos para su religión. ¿Pero cómo he de convencer con la palabra, si la desvirtuó con el ejemplo? ¿Cómo ensalzar la pereza trabajando? Imposible.

La mejor prueba de mi firmeza en las creencias que profeso, es poner aquí punto y acostarme. ¡Lástima que no escriba esto sentado ya en la cama! ¡No tendría más que recostar la cabeza, abrir la mano y dejar caer la pluma!