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Las dos olas.

Vandik, nunca pregunto: ¿guardará semejanza con el original? ¿Qué me importa? Es semejante á esas mujeres que no he visto, pero que he soñado, y ya me recuerdan una imagen querida.

— Partiendo de esa base...

— Es indestructible — me apresuré á añadir, atajándole el camino á fin de que no la destruyese, lo cual, después de todo, no hubiera sido completamente difícil; luego continué:

— Y si consideramos la cuestión bajo otro aspecto, la silueta de una mujer que se destaca ligera y graciosa sobre la sábana de espuma del mar y el dilatado horizonte del cielo, ¿qué sentimientos no despierta? ¿Cuanta poesía no tiene? Una inmensidad que apenas basta á reflejar la otra, y suspendidos entre ellas algo más pequeño y más grande á la vez, dos ojos de mirada dulce y profunda, en cuyo fondo cabe la copia de los dos que allí se encienden y abrillantan, no ya con reflejos de sol, si no con relámpagos de ideas... Las relaciones entre la mujer y la mar son infinitas. ¡Hermosa como el cielo, amarga como la muerte! dijo el profeta de la mujer. ¿Y quién no podrá decir lo mismo de la mar? ¡Pérfida como la onda! añadió más tarde el gran trágico inglés.

— No está eso mal hilado,— interrumpió el artista sonriéndose, cortándome el vuelo cuando ya comenzaba á remontarme; — y aún me parecía