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Gustavo A. Becquer.

llamado el Noble, el cual tuvo de ordinario en él su residencia. Hoy día es difícil determinar precisamente la planta de esta obra, de la que solo quedan en pie muros aislados cubiertos de musgo y hiedra, torreones sueltos y algunos cimientos de fábrica derruida, que en ciertos puntos permite adivinar la primitiva construcción, pero que en otros desaparecen sin dejar huella ostensible entre los escombros y las altas hierbas que crecen á grande altura en sus cegados fosos y en sus extensos y abandonados patios. Sin embargo, la vista de aquellos gigantes y grandiosos restos impresionan profundamente y por poca imaginación que se tenga, no puede menos de ofrecerse á la memoria al contemplarlos, la imagen de la caballeresca época en que se levantaron.

Una vez la fantasía, templada á esta altura, fácilmente se reconstruyen los derruidos torreones, se levantan como por encanto los muros, cruje el puente levadizo bajo el herrado casco de los corceles de la regia cabalgata, las almenas se coronan de ballesteros, en los silenciosos patios se vuelve á oir la elegre algarabía de los licenciosos pajes, de los rudos hombres de armas y de la gente menuda del castillo que adiestran á volar á los azores, atraillan los perros, ó enfrenan los caballos. Cuando el sol brilla y perfila de oro las almenas, aún parece que se ven tremolar los estandartes y lanzar