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DISCURSOS, MÚSICA, Y CONFUSIÓN.

El Presidente, personal y gabinete, con el Sr. Seward y su grupo, ocupó el centro. El extremo norte de la sala estaba ocupada por un escenario, en que estaba la gran banda, y una compañía de unos cincuenta cantantes profesionales y aficionados cantaron de vez en cuando canciones nacionales de México y los Estados Unidos, y las selectas elecciones de las óperas más populares. La mesa estaba suntuosamente decorada con platos y porcelana francesa: un gran frutero en el centro ante el Presidente Juárez era una obra maestra de arte de inmenso valor, de plata pura, y todas las figuras y estatuillas de metal sólido—una reliquia del extinto Imperio.

Cuando comenzaron los discursos sobre las 9 en punto—duraron hasta la medianoche—el centro de atracción, desde luego, estaba en la mesa del medio, pero como todos no podían oír, había otro conjunto de oradores duramente trabajando en cada extremo de la sala, y la banda (siendo incapaz de juzgar quién estaba hablando y quien no) tocaba de vez en cuando música en el momento más inadecuado, por lo tanto agregando confusión y haciendo casi imposible que cualquier orador fuera escuchado a una docena de yardas. Sin embargo, prevaleció el mejor sentimiento posible; todo era emoción y entusiasmo, pero no hubo ningún trastorno intencional, y cada uno parecía determinado a hacer todo lo posible para honrar a los invitados de la noche.

Como la mayoría de los discursos fueron en español, y el conjunto llenaría un volumen como éste excluyendo cualquier otro tema, puedo sólo dar unos de los más importantes.

El ciudadano Presidente Juárez fue, desde luego, el primer orador. En un breve, pero muy considerado y bien pronunciado discurso, le dio la bienvenida al Sr. Seward como huésped de la na-