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Julián Juderías

de**** y hubiera deseado ingresar en el Ejército, á no ser por la oposición de su padre. El joven no gustaba en modo alguno de lis carreras civiles y como ni el hijo cedió ni se ablando el padre, se quedó el primero en el pueblo, viviendo á lo barin y no desperdiciando cuantas ocasiones tenía de divertirse.

Alejo, así se llamaba el hijo de Berestow, era lo que se llama un buen mozo, ¡Lástima que el uniforme militar no ciñese su robusto cuerpo y que su padre quisiera destinarlo á pasar su juventud encorvado sobre los papeles de una cancillería! Al verlo galopar delante de todos, sin reparar en los baches del camino, los vecinos que iban de caza con él, aseguraban que jamás llegaría á ser jefe de negociado. Las muchachas lo miraban, á veces más de lo conveniente, pero, como Alejo no les hacía caso, suponían todas, á juzgar por su indiferencía, que era víctima de alguna pasión misteriosa y contrariada. Una carta cuyo sobre estaba escrito por él confirmó esta suposición. El sobre decía: «A Aculina Petrowna Kurótchkinaya, en Moscon, frente al Monasterio de San Alejo, en casa del calderero Sawelief.»

Aquellos lectores que no hayan vivido nunca en un pueblo no tienen idea de lo encantadoras que son las señoritas que en ellos viven. Educadas al aire libre, à la sombra de los manzanos de sus jardines, no tienen más concepto del mundo y de la vida que el adquirido en los libros. La soledad, la ausencia de cumplidos y la lectura, desarrollan en ellas, en edad temprana, sentimientos y pasiones desconocidos de las hastiadas hermosuras de la ciudad. Para las señoritas campesinas el tañido de las campanas es casi una aventura: una excursión á la ciudad más próxima forma época en su vida y la llegada de un huésped da lugar á recuerdos inolvidables y á veces eternos. Ríase el que guste,