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Cuentos y narraciones

so tan seria que su acompañante no se atrevió á insistir.

—Si quiere V. que seamos amigos, exclamó Lisa, tenga la bondad de reportarse.

—¿Quién te ha enseñado á decir eso? preguntó Alejo, soltando la carcajada. ¿Será acaso mi amiga Nastia, la doncella de la señorita de tu pueblo? ¡Luego dirán que nuestras labriegas no saben expresarse!

Lisa comprendió al punto que había abandonado el papel que le correspondía y trató de corregir la falta cometida.

—¿Qué te crees? repuso? que no voy nunca á casa de los señores? No tengas cuidado, que lo veo todo y todo lo observo y cuanto oigo se me queda impreso. Pero hablando contigo no cojo setas. Vete por un lado que yo me iré por otro. Hasta la vista.

Diciendo estas palabras quiso alejarse, pero Alojo la cogió por un brazo.

—¿Como te llamas, alma mía?

—Aculina, respondió Lisa tratando de recobrar su libertad. Déjame que ya es hora de volver á oasa.

—Pues, amiga Aculina, le haré, sin falta, una visita á tu padre el señor Basilio.

—¿Que estás diciendo? contestó Lisa no vengas, por Dios. Si averiguan en mi casa que he estado charlando en medio del campo á solas con el señorito, mi padre me mata á palos.

—Pues yo quiero volver á verte.

—Ya vendré aquí alguna que otra vez en busca de setas.

—Pero ¿cuando?

—Quizás mañana.

—Eres un encanto, Aculina. De buena gana te daría un beso, pero no me atrevo. De modo que mañana á esta hora ¿no os verdad?