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Julián Juderías

--Que yo me parezco á ella.

—¡No faltaba más! ¡A tu lado la señorita de tu pueblo parece un monstruo.

—¡Válgame Dios! ¿no te da vergüenza hablar así? ¡Mi señorita es tan elegante, tiene el cutis tan blanco!.. ¿Como voy yo á compararme con ella?

Alejo le juró por todos los santos del cielo que valía más que todas las señoritas de la comarca juntas y separadas y á fin de tranquilizarla por completo comenzó á describir á su señorita con tales exageraciones que Lisa se reía á carcajadas.

—Sin embargo, dijo suspirando, la señorita será todo lo ridícula que tú quieras, pero así y todo á su lado yo, no soy más que una pobre ignorante.

—¡Vaya una cosa! exclamó Alejo. ¿Y te preocupas por eso? Si quieres yo te enseñaré á leer y á escribir.

—No estaría mal, repuso Lisa; sería cosa de ensayarlo.

Cuando quieras, hermosa mía, ahora mismo podemos empezar.

Sentáronse ambos, Alejo sacó del bolsillo un lapiz y un libro de memorias y Aculina aprendió el alfabeto con pasmosa rapidez. Alejo no pudo menos que asombrarse de su inteligencia. Al siguiente día quiso ella que Alejo le enseñase á escribir y aunque al principio no le obedeció el lápiz, apenas transcurrieron unos minutos dibujabalas letras con bastante limpieza.

—¡Parece mentira! exclamó Alejo. Nuestros estudios van más deprisa que si empleásemos el sistema de Lancaster.

Así era, en efecto, porque á la tercera lección Aculina deletreaba ya perfectamente el cuento titulado «Natalia, la hija del Boyardo», é interrumpía la lectura con observaciones que asombraban á Alejo y llenó una hoja entera con frases entresaeadas de dicho cuento.