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Julián Juderías

apartó una mano del rostro y contestó con ligera inclinación de cabeza al respetuoso saludo de ambos. Los recien llegados permanecieron en el ambral.

—¿Quién eres, de dóndo vienes y cuál es tu profesión? buen hombre, preguntó el sotnik con entonación, ni amable ni brusca.

—Soy el seminarista Tomás Brut.

— ¿Quién fué tu padre?

31 —No lo sé, poderoso señor.

¿Y tu madre?

—Tampoco lo sé. Pensando con lógica, fuerza es que crea en la existencia de mi madre quién fué, cuando vivió? Eso lo ignoro magnífico pero señor.

El sotnil guardó silencio, permaneciendo bre yes instantes sumido en reflexiones.

Como conociste á mi hija?

No la he visto jamás, poderoso soñor. No he tenido nunca nada que ver con señoritas. Y no quiero hablar no sea que la lengua se me vaya...

Entonces ¿porque te ha designado á ti y no á otro cualquiera para rezar por su alma?

—Sábelo Dios, respondió el filósofo encogiéndose de hombros. Sabido os que á las señoras se les ocurren cosas que no acierta á explicar el más sabio. Bien dice el proverbio: Quien inanda manda y cartucho en el cañón.

—¿Será cosa que mientas, señor filósofo?

—¡Pártame aquí mismo un rayo si lo que digo no es cierto!

—Si tu vida se hubiese prolongado no más que un instante, exclamó con voz enronquecida por por las lágrimas el sobnik averiguara yo el porqué de todo.No dejes que nadie rece por mi alma, sino liaz que venga de Kiew el colegial Tomás Brut. Ese será el único que rezará durante tres noches consecutivas por la salvación de mi alma