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Julián Juderías

—Entonces permítame usted que le diga que no parece ser la dueña de una casa en que se da un baile como éste. Mire usted que animación hay en los salones: tres mazurcas se están bailando á un mismo tiempo. Anímese usted, pues de lo contrario creerán que le desagrada la alegría de los presentes.

—¡Que se figuren lo que quieran! Hoy no tengo ganas de bailar.

—Me está V. alarmando princesa. ¿Será cosa que haya usted recibido malas noticias ó que carezca de ellas?

—Al contrario. He tenido hoy carta de mi cuñada y me dice que se distrae mucho en París; que los periodistas lo exageran todo; que al rey lo quieron, por más que otra cosa digan, que la exaltación de los ánimos no puede prolongarse y habría cesado ya si el monarca hubiese demostrado un poco de energía; que la reina es muy amable con ella y la ha invitado á su tertulia y que habiéndose puesto Mirabeau de parte del Gobierno, los demás revolucionarios son despreciables y hasta antipáticos á los parisienses. Todo esto debía tranquilizarme, lo comprendo, pero nunca he estado tan intranquila como esta noche.

—¿Qué es lo que V. siente?

—Yo misma no lo sé. Tengo el corazón en un puño y no puedo con la tristeza. Dirá V. que todo ello no es más que falta de valor. No le diré que no, pero ¿qué voy á hacer, si estoy bajo la influencia de algo extraordinario? Podría aparentar alegría, pero sería un engaño.

— Y V. los detesta. Sin embargo, trate V. de aparentar contento. He oído decir que los actores se figuran ser real y verdaderamente los personajes que representan; haciendo lo propio quizás eche V. sus penas en olvido. Baile V. la primera