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Cuentos y narraciones

la hora de cerrar las puertas de la población y los caminos que á esta conducían, ocultos por las colinas á cuyos pies serpenteaban se descubrían no más que por las nubes de polvo que flotaban sobre ellos. Los ganados se apresuraban á regresar del campo ó á acudir á los abrevaderos y las voces de sus conductores, el ruido de los e encerros,el perezoso mugido de los búfalos y el impaiente relincho de los corceles se confundían on un rumor semejante al que produce el mar batiendo las rocas de la orilla.

A lo lejos hallaba la vida, pero en torno mío reinaba un silencio sepulcral y si el aspecto de la ciudad era lúgubre aún más lo era el del lugar en que me hallaba. Las innumerables piedras sepulcrales que allí se alzaban parecían otros tantos soldados que á un inevitable asalto se aprestasen.

¡Cuántas generaciones que habitaron en el recinto de las fuertes murallas que se veían á lo lejos lo habian abandonado á la fuerza para ir á yacer hechas polvo en el se pulcro!

El ruido de los tambores que de un extremo á otro de la ciudad con elegantes redobles se respondían llegó hasta mí después de haber perdido merced á la distancia su dureza y el sonido de las flautas con que terminaban aquellos parecía ser el de una voz femenina que acompañase al clamor de un guerrero. Los morabitos llamaron á la oración. Los cañonazos del campamento retumbaron en las vecinas montañas despertando en ellas largos eces.

El silencio reinó por doquier. El estandarte que ondeaba la fortaleza descendió lentamente... el águila plegó sus alas. El sol se puso.

La noche no envolvió de repente los alrededores. Una niebla transparente como finísima gasa desplegó lentamente sus velos, envolviendo primero las cumbres de los montes y el valle después hasta que las sombras y los vapores se hicieron