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Cuentos y narraciones

—Hermosa, repuse, aquí no estás segura. Soy honrado, créeme; yo te acompañaré á donde quieras. Iremos á la mezquita de extramuros ó á tu casa. De otro modo te expones á que los nuestros te insulten ó á que to calumnien los tuyos. Mándame lo que gustes; seré tu defensor.

En su rostro se reveló el disgusto que le producían mis P ..labras. Levantó la cabeza con orgullo y con gesto altanero me mostró un puñal que llevaba oculto bajo el brocado del corpiño..

—Ruso, exclamó. Antes tocará mi pecho este filo que la mano de un hombre Yo sé morir. Yo he muerto ya para las murmuraciones de los vecinos y para la venganza de mis parientes. ¿Qué me importa que lo vean todo y que todo lo sepan? Antes con sangre no me hubieran arraneado el misterio de mis amores; ahora mi felicidad, mi consuelo, mi orgullo consisten en contárselo á todos. De nada pueden privarme; nada tengo que temer. Antes, ni las estrellas de la noche, ni la maldad de los hombres veian mis pasos hacia donde estaba mi amor porque entonces el mañana me inspiraba alegría y temor. ¡Ahora no tengo mañana: aquí no hay más que noche, noche de invierno! exclamó llevándose la mano á la frente y después al corazón. ¡El se llevó al sepulcro la luz de mis ojos y el calor de mi corazón y sobre su tumba quiero yo morir para que nuestras cenizas se mezclen y con ellas nuestras almas!

Me hizo seňa de que me alejase y arrodillándose se abismó en la oración. En vano le hablé, en vano traté de aconsejarla. Su oído estaba muy lejos y sus lágrimas brillaban á la luz de la luna. Me alejé unos cuarenta pasos y me decidí á protegerla hasta el amanecer. Un sentimiento irresistible aún más tierno, quizás, que la compasión, me unía al destino de la turca. Desgraciada, pensé, ¿de qué habrá servido el que un amor orgulloso te eleve so-