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Inmediatamnete circuló Escalada esta noticia, y uno de sus avisos encontró al coronel San Martín al frente de 120 granaderos divididos en dos escuadrones, cuya marcha so había retrasado en dos jornadas respecto de la expedición.

Amaneció el día 2, y el viento, que en los días anteriores había sido favorable para los buques expedicionarios, empezó á soplar de nuevo del norte, impidiéndoles continuar su viaje. El día pasó sin que verificasen el desenibareo anunciado.

Sin estas circunstancias casuales, quo dieron tiempo para que todo. se preparase convenienteinente, el combate de San Lorenzo no habría tenido lugar probablemente.

IX

Mientras tanto, San Martín con su pequeña columna seguía á marchas forzadas rescatando á trote y galope las jornadas perdidas. El avisa de Escalada era la espuela que lo aguijoneabs.

En la noche del mismo día, que fué muy obscura, llegó á la posta de San Lorenzo, distante como una legua del monasterio. Allí encontró la cabnllada que Escalada había hecho prevenir para reemplazar la cansada en las marchas.

Al frente de la posta estaba estacionado un caraje de viaje, desenganchado. Dos granaderos se acercaron á él y preguntaron en tono amenazador!

—Quién está ahí?

—Un viajero—contestó la voz de un hombro, que parecía despertar de un profundo sueño.

En aquel instante se aproximó otro jinete, 7se oyó una voz, ronca con acento de mando tranquilo, que decía: