ocupados en la carga y descarga; todos obedecen con la sonrisa en los lábios á los tres dueños que con ellos comparten las faenas del trabajo.
Con las manos cruzadas por detrás, y paseándose de una sala á otra, observa con atencion, sin que nada para él pase desapercibido, un anciano, que todos miran con respeto.
— Vamos Timoteo, parece que el pequeñuelo debe estar mejor, te lo conozco en la satisfaccion de tu semblante: Dios siempre mira por los pobres, y ya ves como por fin parece que podemos contar con el hombre ... hem ...
— Es cierto D. Agapito, el muchacho ya está fuera de peligro y dentro de seis ú ocho dias, ya podrá venir á la escuela, pues como es tan aplicado, es una lástima que falte un dia: gracias á Vd. D. Agapito, mi hijo ha recobrado la salud, (decia el buen Timoteo enjugando las lágrimas).
— Pero padre: ¿Qué necesidad tiene Vd. de madrugar tanto? decía á Don Agapito un jóven de 35 años, de mirada franca y bondadoso semblante.
Las mañanas están algo frias y á su edad; el cuidado es lo mas interesante: no se precisa esto.
Alfredo y yo somos suficientes para atender á