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Evaristo Carriego.

Sobre el rostro adusto tiene el guitarrero
viejas cicatrices de cárdeno brillo,
en el pecho un hosco rencor pendenciero
y en los negros ojos la luz del cuchillo.

Y muestra, insolente, pues se va exaltando,
su bestial cinismo de alma atravesada:
¡Palermo le ha oído quejarse, cantando
celos que preceden a la puñalada!

Y no es para el otro su constante enojo...
¡A ese desgraciado que a golpes maneja,
le hace el mismo caso, por bruto y por flojo,
que al pucho que olvida detrás de la oreja!

¡Pues tiene unas ganas su altivez airada
de concluir con todas las habladurías!...
¡Tan capaz se siente de hacer una hombrada
de la que hable el barrio tres o cuatro días!..

...Y con la rudeza de un gesto rimado,
la canción que dice la pena del mozo
termina en un ronco lamento angustiado,
como una amenaza que acaba en sollozo!