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Evaristo Carriego

Modulando responsos conmovedores,
en la exaltación honda de su noble estro,
dice las odiseas de payadores
que murieron cantando como el Maestro.

En las manos del majo su gracia encela
el alma de las chulas—sangre bravía—
y, en su carmen de amores, vino y canela,
revientan los claveles de Andalucía!

Castañuelas, jaleos, ricos mantones,
manolas, bizarrías, rosas bordadas...
¡Se perfuman las sedas de sus canciones
en el patio de aromas de las Granadas!

Corona los aplausos que le merecen
las ágiles hazañas de los toreros,
o sobre algún sombrío cuento aparecen
evocadas visiones de bandoleros.

Vive en los Escoriales de los blasones,
o en las Trianas flamencas de las Sevillas,
¡y ya es una marquesa de áureos salones,
ya la pobre muchacha de las bohardillas!

Por eso, luce orgullos de aristocracia
en la altivez de regios rasos triunfales,
como también se llena de humilde gracia
en la coquetería de los percales.