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miseria. El Quijote, su parto grandioso, es el látigo que castiga y corrige sin que derrame sangre, pero excitando la risa; es el néctar que encierra las virtudes de la amarga medicina; es la mano halagüeña que guía enérgica a las pasiones humanas. Si me preguntais por los obstáculos que superó, servíos escucharme un momento, y lo sabréis. Hallábase el mundo invadido por una especie de locura, tanto más triste y frenética cuanto más extendida estaba por las imbéciles plumas de imaginaciones calenturientas; cundía por todas partes el mal gusto y gastábase inútilmente en lecturas perniciosas, cuando he aquí que aparece esa luz brillante que disipa las tinieblas de la inteligencia; y cual suelen las tímidas aves huir al divisar al cazador o al oir el silbido de la flecha, así desaparecieron los errores, el mal gusto y las absurdas creencias, sepultándose en la noche del olvido. Y si bien es verdad que el cantor de Ilión, en sus sonoros versos, abrió el primero el templo de las musas, y celebró el heroísmo de los hombres y la sabiduría de los inmortales; que el cisne de Mantua ensalzó la piedad del que libró a los dioses del incendio de su patria y renunció a las delicias de Venus, por seguir tu voluntad; (tú, el más grande de los dioses todos), y que los más delicados sentimientos brotaron de su lira, y su melancólico estro transporta a la mente a otras regiones; también no es menos cierto que ni uno ni otro mejoró las costumbres de su siglo, cual hizo Cervantes. A su aparición, la Verdad volvió a ocupar su asiento, anunciando una nueva Era al mundo, entonces corrompido. Si me preguntais por sus bellezas, a pesar de conocerlas yo, os envío a Apolo, único juez en este punto, y preguntadle si el autor del Quijote ha quemado incienso en sus inmortales aras.

Apolo.—Con el placer con que acoges en serena noche las quejas de Filomena, así serán gratas para ti mis razones, padre mío. Las nueve Hermanas y yo leímos en los jardines del Parnaso ese libro de que habla la sabia Minerva. Su estilo festivo y su acento agradable suenan a mis oídos cual la sonora fuente que brota en la entrada de mi gruta umbría. (Os ruego no me tacheis de apasionado porque Cervantes me haya